domingo, 22 de enero de 2012

[...]No eran banales mentiras de tu tramposa imaginación. Estaban allí. Sus latidos estaban allí. Solo tenías que contener el aliento para oír como rezaban calmados murmullos, como comenzaban a hablar. Gritaban. Más. Más fuerte. Retumbaban en alguna esquina de la apretada oscuridad. ¿Dónde? Corrías. Buscabas encolerizado. Estaban allí. Estaban allí. Repetías. ¡Tenían que estarlo! Jadeabas. Perdías la respiración. Caías. Pero seguías buscando, derrumbado, aquellos golpes secos que presagiaban su regreso. Estaban allí. Se acercaban. Podías sentir como reptaban a través del enrevesado suelo del tiempo. Llegaban. Estaban allí. Estaban allí.


¿Y con ellos?
El dolor. El inmenso dolor. El fiero rugido del tormento arañando tu alma. Desangrándote. Culminando la masacre que convertía en embarrado polvo al ser humano que te quedaba dentro. Y además del dolor, el miedo. El miedo, el pánico, el espanto, el terror, la cobardía, la angustia, la ansiedad, el desconsuelo, la desesperación, la agonía, el sufrimiento, la tristeza, la melancolía, la nostalgia, los recuerdos,...


Y después, nada.Te perdías. Te perdías entre el ruido de los recuerdos; y ya no eras tú, eras solo un ruido. 

(Agotar el oxígeno de una habitación con mentiras. 
Inyectarse instantes y sensaciones repetidas como droga en sangre.
Necesitar tragar aire frío por la garganta.)

La Haya

Marruecos

Anapolis. MD

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